El candidato opositor, Henrique
Capriles, no acepta la victoria hasta un nuevo recuento
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Nicolás Maduro se convirtió anoche en
el nuevo presidente de Venezuela tras superar por 230.000 votos a su
contrincante. El Consejo Nacional Electoral demoró más de lo previsto en
anunciar la victoria del chavismo, causando un clima tenso por la tardanza en
la información. Con una participación del 78% de los habilitados, el hombre de
confianza de Hugo Chávez logró un 50.66% frente al 49.07% de Capriles. La
oposición no reconoció la victoria y solicitó una auditoría a la que Maduro
accedió.
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Luego de la jornada electoral, la cual
transcurrió con absoluta normalidad, Venezuela amaneció más divida que antes.
Los candidatos no forjaron un camino de reconciliación y Capriles abrió más
heridas al acusar fraude electoral. El líder de la Mesa de la Unidad
Democrática, que representa a la mitad del electorado, basó su rechazo en las
32000 irregularidades acreditadas por la oposición. Nicolás Maduro tomará
posesión el 19 de abril y estará al frente de la nación hasta 2019. La victoria
se celebró en el Palacio Miraflores con un aire de tristeza por el triunfo
mínimo y con menos simpatizantes que en otras ocasiones. Maduro, conductor de ómnibus, militante chapista
y canciller durante seis años, será el sucesor de Hugo Chávez, quien falleció el
5 de marzo. La victoria se explica más por el legado político de su sucesor que
por el carisma propio; quizás por ello perdió cerca de 600.000 votos con respecto a los
comicios de octubre del 2012. El próximo presidente, un sindicalista que representa al ala más
radical del chavismo, defendió como legal y constitucional su elección,
llamando a la oposición a administrar el resultado con humildad.
El oficialismo deberá hacer una profunda
autocrítica reconoció Diosdado Cabello, una de las figuras clave del Partido Socialista
Unido de Venezuela. El país se enfrenta a problemas económicos graves,
principalmente por el modelo estatista llevado a cabo en los últimos años. La
nación sufre el deterioro permanente de la infraestructura y posee un déficit
eléctrico muy importante, lo cual ha sido motivo de constantes protestas. La
falta de confianza y la dependencia de los ingresos del petróleo tienen al país
al borde de una estanflación, la suma de la recesión y una inflación galopante.
Venezuela soporta los efectos de la devaluación y la escasez de productos; un
desabastecimiento que se explica por la necesidad de importar todo del
exterior. Las políticas de asistencia social, con programas que han traído
buenos resultados, han hecho que el gasto público sea insostenible. Los
problemas y desafíos no son sólo económicos. Maduro deberá acabar con la
inseguridad, uno de los grandes fracasos del chavismo. En materia internacional
le será difícil apartarse de la línea combativa y tender puentes. Tendrá
también que lidiar con el posicionamiento de Venezuela como potencia regional.
El peor panorama posible
La campaña de Maduro estuvo plagada de errores, su único argumento
fue la lealtad hacia Chávez. El abuso de los recursos del Estado y las
instituciones le brindaron una ventaja que Capriles supo descontar empleando un
tono más agresivo que en anteriores comicios. El chavismo, acostumbrado a
victorias electorales con diferencias de dos dígitos, se dio el gusto de poner
en el poder a quien Chávez había designado como su sucesor. Desde 1999 éstas
fueron las primeras elecciones sin el comandante; en las últimas, el líder
bolivariano había obtenido el 55% frente al 44% de apoyo a Capriles. Las
Fuerzas Armadas garantizaron el respeto del resultado, asegurando que se
mantendrán apegados a la Constitución. Esta salvedad es clave en un país
salpicado por crisis institucionales y en donde los militares han jugado un
papel fundamental en la revolución socialista. La presencia social y de
recursos del ejército ha sido importante luego del giro ideológico que supuso el intento
de derribar a Chávez en 2002. La duda de si las Fuerzas Armadas serían un elemento
desestabilizador, quedó sepultada tras el respeto a los resultados de los comicios.
Queda claro que la
disputa electoral causa inestabilidad en un país profundamente polarizado y
dividido. Venezuela se encuentra inmerso en una nueva crisis institucional, fruto de la negativa de Capriles a aceptar el resultado hasta que no se
recuenten los votos. La transición hacia una era post Chávez es poco
auspiciosa, el estrecho margen ha sido un shock. Sin dudas este es el peor
panorama que podía derivar de los comicios. Una victoria holgada de Maduro le
hubiese dado impulso al chavismo, un triunfo de Capriles, la oportunidad a la
oposición; pero la actual situación siembra dudas y deja paralizado a una
Venezuela que necesita consensos para salir rápido de los problemas que la aquejan.
Las conquistas de la revolución socialista fueron logradas con un modelo
económico que llegó a su final. Ahora se necesitan cambios y para ello una
fortaleza, tanto en el oficialismo como en todo el panorama político. Maduro no
tiene ni el carisma ni el liderazgo de Chávez, por ello ha perdido el capital
político del chavismo. Por si los problemas ya eran pocos, la Venezuela post
electoral se enfrenta también a un panorama de incertidumbre por un resultado
ajustado.
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