Luego de casi 70 años de división entre
Corea del Sur y Corea del Norte, resulta difícil creer que el fin de la tensión
depende de los nombres que gobiernen cada país. Este año habrá elecciones
presidenciales en el Sur y el desarrollo económico será el principal tema a
debatir antes de los comicios del 19 de diciembre. El Gran Partido Nacional del
actual mandatario surcoreano Lee Myung Bak (quien no podrá presentarse para una
segunda administración) enfrentará al Partido Democrático de Unificación y a
ciertos sectores independientes. Si bien las tensiones con su vecino país
también son parte de la discusión, los posibles cambios en la cúpula del
gobierno surcoreano no significarán una alteración en la situación con Corea
del Norte. Las señales deben venir desde el país comunista, donde la muerte de
Kim Jong Il el 17 de diciembre del 2011 y la sucesión en la administración
norcoreana, abrieron una puerta de esperanza que no se concreta.
Una frontera provisoriamente
definitiva
Nadie imaginó que la partición temporal
en el famoso Paralelo 38, que desde la rendición de Japón en la Segunda Guerra
Mundial en 1945 y hasta hoy divide ambas Coreas, se mantendría tantos años
inmóvil. La separación fue la solución a las diferencias existentes entre los
que buscaban un modelo más liberal y los grupos de tendencia comunista.
Solamente dos años duró la resolución de la Conferencia de El Cairo de 1943, en
la que los líderes aliados plantearon el futuro de Corea como una nueva nación
libre e independiente de la ocupación japonesa. Cabe destacar que desde
comienzos del siglo XX Japón había anexado ese territorio e imponía un régimen
autoritario.
A partir de 1948, el tiempo sólo
aumentó la rivalidad. En ese año, lo transitorio se volvió definitivo y se
proclamó la República de Corea del Sur, con Seúl como capital, y la República
Popular de Corea del Norte, con Pyongyang como su ciudad principal. Los apoyos
de la Unión Soviética al régimen comandado por Kim Il Sung (Corea del Norte) y
de Estados Unidos al de Syghman Rhee (Corea del Sur) no hicieron más que
acelerar un conflicto armado que comenzó en 1950 y finalizó con la firma de la
paz en julio de 1953. Desde ese momento, cada país comenzó su desarrollo: el
norte lo hizo bajo una dictadura comunista, mientras que el sur llevó a cabo un
proceso político que alternó dictaduras con transiciones que desembocaron en
gobiernos democráticos desde la década de 1980.
El acercamiento y la cuestión
nuclear
La desaparición de la Unión Soviética y
la llegada de fuerzas democráticas a Seúl cambiaron el panorama. La política
exterior denominada “Sunshine Policy” llevada adelante por Kim Dae Jung,
presidente de Corea del Sur, provocó un acercamiento y alivió las tensiones. En
julio de 2000 se produjo una histórica entrevista en Pyongyang, entre el
presidente surcoreano y Kim Jong Il (líder de Corea del Norte que sustituyó a
su padre Kim Il Sung tras su fallecimiento en 1994). Los desfiles bajo una sola
bandera en los Juegos Olímpicos dieron señales al mundo de una recomposición en
la relación de ambas Coreas y el nuevo siglo comenzó con perspectivas de
apertura.
Sin embargo, años después la situación
volvió a deteriorarse. A fines del 2002, Corea del Norte se retiró del Tratado
de No Proliferación Nuclear y reanudó su programa atómico, lo que provocó una
crisis diplomática. Las operaciones militares en 2006 y en 2009 acentuaron las
tensiones entre los países. El bombardeo en 2010 de la isla de Yeonpyeong fue
otro de los acontecimientos que marcaron el último tiempo, causando la muerte
de soldados surcoreanos y una alerta máxima en la administración de Lee Myung
Bak.
La sucesión en Corea del Norte
y la incertidumbre
El fallecimiento de Kim Jong Il, a
finales del año pasado, abrió un compás de incertidumbre sobre el futuro y la
relación entre ambos países. Los pronósticos en el mundo mostraron variadas
perspectivas. Un golpe de estado, un endurecimiento del régimen, el
desmoronamiento del país y el alzamiento de la multitud para derrocar al
gobierno fueron algunos de los presagios de los académicos.
Las conversaciones entre los vecinos se
estancaron por una cuestión primordial: la transición de poder hacia Kim Jong
Un. A fines de febrero, Corea del Norte anunció que suspendería las pruebas de
misiles de largo alcance y las actividades de enriquecimiento de uranio, a
cambio de ayuda humanitaria por parte de Estados Unidos. A pesar de ello,
Pyongyang informó en marzo el futuro lanzamiento de un nuevo cohete, que puso
nuevamente en alerta a la comunidad internacional. Con motivo de la celebración
del centenario del nacimiento de Kim Il Sung, se lanzó un cohete de largo
alcance que falló a los pocos minutos de haber despegado.
Las actividades en el recinto de
Punggye-ri despertaron sospechas de una nueva prueba nuclear y provocaron
reuniones de altos representantes de los países occidentales. En las últimas
semanas los enviados especializados de Japón y Estados Unidos (aliado principal
de Seúl desde la separación de la península) que llegaron a Corea del Sur,
instaron a la comunidad internacional a enviar un mensaje hacia Corea del
Norte, para que este país renuncie a su programa nuclear, respete los Derechos
Humanos y mejore la vida de sus ciudadanos. La última novedad fue en los
primeros días de junio, cuando el Ejército Popular de Corea del Norte amenazó a
los medios de comunicación de Corea del Sur por la cobertura que realizaron
sobre un festival infantil organizado por el gobierno de Pyongyang.
Cambios que no modifican la
situación
Al igual que en
1994, tras la muerte de Kim Il Sung, la asunción de un nuevo líder en Corea del
Norte no parece traer demasiadas transformaciones. El bloque militar
burocrático parece establecido y la última sucesión no ha confirmado ninguno de
los pronósticos de los académicos. El statu quo parece inamovible. El cambio de
nombres al mando de los gobiernos, tanto en Corea del Sur (que tendrá
elecciones en diciembre) como en Corea del Norte (que cambió su dictador a
comienzos de año), no modifica el estado de tensión y crisis diplomática que
viven ambos países. Mientras tanto el turismo crece, la frontera terrestre
entre las Coreas es un vivo recuerdo de la Guerra Fría y aproximadamente seis
millones de personas por año visitan la Zona Desmilitarizada en busca de una
explicación al conflicto.