Malasia es una monarquía parlamentaria: una
democracia con carencias. Al ser el Islam la religión oficial del país, las
libertades se reducen en diversas áreas donde las cortes religiosas poseen
mucho poder (drogas, familia, alcohol y sexo son algunos ejemplos). El rico y
burocrático gobierno musulmán creó su sede administrativa en Putrajaya. Esta
ciudad jardín con arquitectura islámica, ubicada a 35 kilómetros de la
capital y centro económico Kuala Lumpur (KL), nada tiene que envidiarle a Dubai
y otras metrópolis del golfo pérsico.
Gobernado por una coalición multi partidaria
realizó un cambio de política económica en la década del ochenta, bajo el
mandato de Bin Mohamad. Las reformas estructurales buscaron transformar la
economía agrícola en una tecnológica basada en la informática, tomando como
ejemplo los famosos tigres asiáticos. Malasia logró un crecimiento económico
promedio de 8% entre 1991 y 1997, año en que sufrió la crisis financiera,
al igual que todo el sudeste asiático. La base de su desarrollo fue la
industria de alta tecnología, las grandes reservas de gas, petróleo y estaño,
mientras que se complementó con la actividad agrícola, al ser productor de
caucho, aceite de palma, cacao y arroz.
Diferentes megaproyectos son consecuencia de
una década de gran crecimiento económico. La inauguración de un aeropuerto
ejemplar ubicado a 30
kilómetros del centro de KL y unido a la ciudad por
anchas autopistas, que recorren la vegetación abundante y las tierras rojas del
país, es icono de dicha época. Sin embargo, el emblema principal son las
Torres Petronas construidas en 1998, que fueron en su momento el edificio más
alto del mundo. La sede de la compañía nacional de petróleo y gas se puede
observar desde las distintas regiones metropolitanas de la capital, cuando el
smog provocado por el intenso tráfico lo permite.
El despegue del país se observa en
infraestructura, un sistema de transporte moderno (basado en trenes
subterráneos y monorraíles), un boom arquitectónico y también en el consumo.
Los “malls” malayos de no menos de seis pisos se muestran repletos y cierran a
altas horas de la noche. En los barrios periféricos, los ciudadanos luego de
largas jornadas laborales inundan las plazas de comidas que se montan en
distintas esquinas, donde se puede observar la economía informal en su máximo
esplendor. La humedad, el calor sofocante y el precio accesible de los
alimentos provocó que la población malaya se acostumbrara a consumir las tres
comidas principales del día fuera del hogar.
Malasia ha logrado con el correr de las
décadas y luego de haber sufrido diversos in sucesos, un equilibrio étnico-político
entre musulmanes, chinos e hindúes. El 50% de la población es de etnia malaya -
musulmana (bumiputras) y han sido favorecidos por el gobierno, a través del
acceso a empleos públicos y becas de estudio. Un cuarto de la ciudadanía de
origen chino domina la economía y los grandes emprendimientos, siendo parte del
desarrollo del sector tecnológico industrial. Los hindúes (10%), llegados en
épocas de la colonia británica principalmente para trabajar en los cultivos o
en las minas, se establecieron en comunidades a lo largo y ancho del
país. Económicamente débiles, reclaman los mismos beneficios que los
bumiputras.
Malasia posee 27 millones de habitantes, una
población mayoritariamente joven en la que tan sólo un 5% supera los 65 años y
con una edad media de 26 (en comparación, la de Uruguay es 33 y en Japón 44).
El crecimiento económico permitió reducir la pobreza y a través de las
políticas enfocadas a los sectores más sumergidos, se redujo la desigualdad
medida en el Índice Gini. En la capital se pueden observar enormes complejos
habitacionales donde se ha instalado la nueva clase media malaya, suprimiendo
los bolsones de pobreza tan comunes en el mundo subdesarrollado.
La bonanza económica y la necesidad de mano de
obra han permitido la llegada de flujos extranjeros, principalmente ilegales.
Filipinas, Myanmar e Indonesia, entre otros, han expulsado trabajadores hacia
la península malaya. Al igual que en los países desarrollados, los inmigrantes
acceden a puestos de trabajo en el área de servicios. Por otro lado, al ser un
país musulmán “abierto” han llegado familias islámicas en busca de más
libertades. En Malasia las mujeres tienen permitido trabajar y manejar
vehículos, situación muy distinta a monarquías como Arabia Saudita. Es común
ver a las mujeres con el velo islámico trabajando en empleos públicos, algo
impensado en otras partes del mundo musulmán.
El desafío y principal objetivo de Malasia
como economía abierta es reducir su dependencia del comercio internacional.
Como consecuencia de la crisis global la caída de las exportaciones ha sido
estrepitosa, lo que determinó la desaceleración de la economía, disparándose la
tasa de desempleo de 3 a
4.5%. Para mitigar sus efectos, el gobierno busca diversificar sus
exportaciones a través de nuevos socios y mercados emergentes. La formación de
la comunidad económica de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático
(mercado de 560 millones de consumidores) y la firma de Tratados de Libre
Comercio (Japón, Nueva Zelanda y Chile entre otros) es un gran punto de avance.
A su vez se han establecido diversas políticas para incentivar la inversión
extranjera, como la enseñanza del idioma inglés a su fuerza de trabajo o la
creación de ciudades tecnológicas como Cyberjaya. Sin embargo, según el informe
del Banco Mundial (Malaysia Economic Motor), “la fuga de cerebros toca el
corazón y las aspiraciones de Malasia de convertirse en una nación de altos
ingresos”.
Este país, dividido por las aguas del mar de
la china meridional, apuntó a un proceso de largo plazo con el objetivo de
convertirse en una nación desarrollada para 2020. En los últimos años se ha
transformado en un centro bancario y financiero del mundo islámico y así se
presenta ante los inversores extranjeros. Las enormes riquezas naturales se
combinan con la disciplina de la comunidad china que empuja la economía. En los
últimos años, debido a una buena política de inserción internacional, el
comercio se convirtió en factor fundamental para su crecimiento. El desafío
actual es aumentar la demanda interna para no depender de las fluctuaciones del
exterior. En tiempos de revolución en los países islámicos es importante
conocer el modelo malayo, un ejemplo de país musulmán moderno.