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El objetivo de esta
nueva entrega semanal es investigar el proceso evolutivo de la Unión Europea. La celebración del Día
de Europa, conmemorando el aniversario de la Declaración Schuman, abre un espacio de análisis sobre la situación
actual del organismo. En el informe nos proponemos estudiar el origen de la
Unión, su evolución en el tiempo, el crecimiento y sus adhesiones, la
dirigencia actual, sus lineamientos y el futuro.
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El 9 de mayo se conmemoró
un nuevo aniversario de la Declaración Schuman, un documento que dio inicio a
la actual Unión Europea a través de la creación de la Comunidad del Acero y el Carbón. Con motivo de las celebraciones el
presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, recordó que
Europa sigue siendo la mejor alternativa ante el nacimiento de corrientes
populistas. El portugués, si bien reconoce los problemas y el pesimismo
reinante con respecto a la organización, sostiene que es un momento para
restaurar la confianza, fortalecer el euro y mejorar la sostenibilidad de las
economías. Barroso manifestó que los discursos populistas brindan alternativas
fáciles a problemas complejos pero que las políticas de la Unión Europea
apuntan al largo plazo. El aumento de los euro escépticos en el continente es
significativo en el último tiempo, es por ello que este momento es clave en estos
sesenta años de integración europea.
Los primeros seis
visionarios
El embrión de la Unión
Europea es el acuerdo alcanzado entre franceses y alemanes, con respecto a la
creación de la Comunidad del Acero y del Carbón (CECA). Con la búsqueda de
evitar un nuevo conflicto entre ambos países, el proyecto apuntó a unir a las
naciones en la producción de dos bienes. La declaración leída en mayo de 1950
por el ministro de exteriores de Francia, Robert Schuman, daba el punta pie
inicial de una gran unión. El anhelo de terminar con los conflictos también
logró la atención de Bélgica,
Luxemburgo, Italia y Holanda, países firmantes del tratado que creaba la
CECA. Ocho años después, estos seis países fundadores amplían su cooperación a
otros sectores de la economía y firman el Tratado
de Roma, fundando la Comunidad
Económica Europea (CEE). Además también se creaba la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom). Con la CEE se establecía
un mercado común y se construía una Europa política.
Los años sesenta,
característicos por las revueltas estudiantiles en París, implicaron una etapa
de crecimiento económico. La implementación de la Política Agrícola Común, para ejercer un control compartido de la
producción de alimentos, uniformizó los precios agrícolas. Con el correr de la
década, los seis países fundadores suprimieron los derechos de aduana y crearon
las condiciones para el libre comercio. La consolidación del mercado común se dio
tras la uniformización de los impuestos a los productos que se importaban de
otros países. Esto permitió que el comercio entre las seis naciones crezca
rápidamente. La fusión administrativa de la CEE, CECA y Euratom, se produjo con
el Tratado de Bruselas, firmado en 1965. A
través del acuerdo se constituyó un presupuesto de funcionamiento único. La
Comunidad comenzaba a financiarse por recursos propios y no por contribuciones
de los Estados miembros.
El despegue y el
crecimiento
En la década del
setenta dio inicio la idea de crear una moneda única para garantizar la
estabilidad. Para ello los seis constituyentes acordaron limitar los márgenes
de fluctuación de sus monedas. En enero de 1973
se produce un punto de inflexión en el organismo tras la adhesión de tres
miembros: Dinamarca, Irlanda y Reino
Unido. En un contexto caracterizado por la crisis del petróleo se crea el Fondo Europeo de Desarrollo Regional,
garantizando la transferencia de recursos financieros hacia las zonas más
pobres, con el objetivo de mejorar la infraestructura, atraer inversiones y
crear empleo. La caída de las últimas dictaduras en Europa occidental - Portugal
de Salazar en 1974 y España de Franco en 1975 - brindaba la posibilidad a otros
países de adherirse a la comunidad. La consolidación del crecimiento europeo se
produce a fines de los setenta, cuando la población elige los diputados del Parlamento Europeo, que se constituye
por los grandes grupos políticos: conservadores, liberales, socialdemócratas y
verdes.
Grecia, tras la caída del régimen militar y el restablecimiento
de la democracia en 1974, se convirtió en el décimo Estado en 1981. La incorporación de España y Portugal consolidó el proceso
de la Comunidad, abarcando a todos los países del oeste de Europa, con la
excepción de Suiza. De esta manera los Estados miembros se convertían en doce.
La década del ochenta se caracterizó por la puesta en marcha de proyectos de
desarrollo e innovación. Con la firma del Acta
Única Europea se produce la primera gran reforma de los tratados
constitutivos. El acuerdo modificaba principalmente las normas de
funcionamiento de las instituciones y reforzaba el papel del Parlamento. Además
se comenzó a prestar atención en la cuestión medio ambiental. La puesta en
marcha de programas para estudiantes posibilitó el intercambio cultural
europeo, aspecto clave para este proceso, que con la caída del muro de Berlín
en 1989, permitió la expansión del
organismo a toda Europa.
La Europa de los 27 y
la consolidación
Los seis países
fundadores – Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo, Bélgica y Holanda -, los
tres primeros adherentes – Reino Unido, Irlanda y Dinamarca, y las tres
naciones dominadas por regímenes militares hasta los setenta – Grecia, España y
Portugal, firmaron el Tratado de
Maastrich que creó la Unión Europea en 1992.
Sustituyendo a la Comunidad Europea, estos doce Estados establecieron normas
claras para una política exterior y de seguridad común, así como también
sentaron las bases para una moneda común y reforzaron la cooperación en materia
de justicia. En 1995 la adhesión de
la totalidad de la Europa occidental comienza a ser un hecho con la
incorporación de Austria, Finlandia y
Suecia. Ese mismo año se lanzan los acuerdos de Schengen en algunos Estados
miembros, para crear una zona de libre circulación de individuos. La década del noventa se
cierra con la firma del Tratado de Ámsterdam,
que apuntó a la creación de una política de empleo común y la adopción del Euro
por once países (Grecia lo incorpora años después), quedando Reino Unido, Dinamarca y Suecia por
fuera del proyecto monetario.
El desmembramiento de
la Unión Soviética permitió el
inicio de las negociaciones con los países de Europa central y oriental. Las
reformas de las reglas de votación en la Unión, contempladas en el Tratado de Niza de 2001, fueron clave para la ampliación constante. En 2004 el organismo se expande hacia el
este con la incorporación de diez naciones, dándole fin a sesenta años de
división en Europa. De esta manera se adhirieron: Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia, República Checa,
Eslovenia, Eslovaquia, Chipre y Malta. Este es el gran salto de calidad de
la Unión, la incorporación de diez países de golpe produjo un cambio importante
en el organismo. De mientras continuaban creciendo las candidaturas, en 2005 se incorporan Bulgaria y Rumania. Dos años después,
los actuales 27 Estados miembros firmaron el Tratado de Lisboa, buscando aumentar la democracia dentro del
organismo y enfrentar los desafíos del siglo XXI: cambio climático, seguridad y
desarrollo sostenible.
Un momento clave para el futuro
Una crisis financiera
de grandes dimensiones golpeó Estados
Unidos y por ende la economía mundial cuando terminaba la primera década
del nuevo siglo. Ante esta situación surgieron diversas teorías sobre el futuro
del organismo. Si bien es claro que el potencial del mercado único europeo es
muy alto y que constituye un motor de crecimiento a nivel mundial, las críticas
a la conducción económica ponen en riesgo muchos de los logros alcanzados. La
crisis tampoco impidió la futura adhesión de Croacia, que en los próximos meses se convertirá en el Estado
miembro número 28. Hoy los candidatos a incorporarse al organismo son Turquía, Macedonia, Islandia, Montenegro y
Serbia, también ha solicitado el ingreso Albania y son potenciales Bosnia
Herzegovina y Kosovo. Actualmente Suiza no integra la Unión Europea, ya que
sus ciudadanos han rechazado la posibilidad en diversos referéndums y Noruega,
que si bien participa en varios de los programas, siempre se ha mostrado euro
escéptica.
Europa vive un escenario apocalíptico en lo que respecta a
su proceso de integración. En momentos en que la economía no camina firme, la
sesión de soberanía hacia las instituciones comunitarias es criticada. Los
problemas financieros implicaron protestas sociales, un incremento de la brecha
entre países ricos y pobres y un auge del nacionalismo. Además, la situación agitó
algunos temas como la libertad de circulación o las políticas de seguridad. La
profundización de la Unión Europea volvió a ponerse en duda, una discusión que
parecía haberse superado por la creciente solicitud de ingresos al organismo. La
lógica del consenso no es la que opera hoy en Europa, la polarización entre
defensores de unas u otras políticas es cada vez mayor. Sin embargo la mayoría
de los ciudadanos siguen apostando por el proceso, principalmente por la paz y
la democracia. La corriente que busca abandonar el organismo y unirse a las
corrientes populistas, nacionalistas y xenófobas no tiene tanto poder. El
debate con respecto a la evolución de la Unión Europea debe radicar en su
funcionamiento pero de ninguna manera pensar en un retroceso.
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