Noruega es uno de los
países más prósperos del planeta, sin embargo no está ajeno a los problemas que
vive el continente europeo. En este caso no son económicos sino sociales. El
ascenso de la extrema derecha y los terroristas solitarios implicó un golpe
duro al país nórdico hace dos años atrás. La democracia y el liberalismo fueron
las armas usadas para combatir el dolor que causó la matanza de Utoya.
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El
22 de julio de 2011, Noruega sufrió la tragedia más grave desde la Segunda
Guerra Mundial. 77 personas fueron víctimas de dos ataques de Anders Bhering
Breivik, un fundamentalista que hoy cumple una condena de 21 años de cárcel
prorrogables indefinidamente. El extremista hizo estallar una bomba cerca de
las oficinas del gobierno en Oslo que matando a 8 personas. Además fue el autor
de una masacre en un campamento del Partido Laborista en la Isla de Utoya, a
unos 40 minutos de la capital. Allí, vestido de policía, terminó con la vida de
69 jóvenes, la próxima generación de políticos de la agrupación.
Breivik,
un joven de 34 años, acusaba al gobierno de ser blando ante la amenaza
extremista en Noruega y Europa. Consideraba a los laboristas culpables de la
diversidad racial, cultural y étnica del país nórdico. Breivik sentía que sus
valores estaban siendo amenazados y es por ello que culpaba a los gobernantes
de entregar la nación a los inmigrantes musulmanes. Perteneciente durante años
al Partido del Progreso, de donde fue expulsado, encabezaba una cruzada contra
los inmigrantes, a quienes atribuía el querer aprovecharse del sistema sin dar
nada a cambio. Forjó su visión del mundo a través de páginas web de extrema
derecha y escribió un manifiesto titulado “Una declaración europea de
independencia – 2083” .
La
Policía no conocía la existencia de este ultraderechista al momento del
atentado. El debate sobre si el gobierno hace lo necesario para combatir este
tipo de asesinos está instalado en la sociedad. La pregunta que surge es si las
administraciones pueden evitar estos solitarios, individuos impredecibles y
aislados. Durante los homenajes a las víctimas, que incluyó una misa
recordatoria, el primer ministro Jens Stoltenberg recordó que su lucha contra
este tipo de terrorismo es a través de más apertura, más democracia pero sin
ser ingenuos. Cabe destacar que hace una semana, la Policía francesa arrestó a
un neonazi noruego, relacionado con Breivik y acusado de estar preparando un
atentado para continuar con su lucha. El problema sigue estando allí y hay que
combatirlo.
Noruega como ejemplo de un problema continental
El crecimiento de
nuevos movimientos con tendencias xenófobas se puede observar en varios países
miembros. Antes de la Segunda Guerra Mundial fue el antisemitismo pero hoy los
ultraderechistas poseen un sentimiento islamofobico. En Noruega son alrededor
de 200.000 los musulmanes, la mayoría de ellos moderados. Sin embargo los extremistas
ven a las personas de Medio Oriente como un grupo homogéneo. Internet es
utilizado para debatir y juntar simpatizantes, así es que partidos de derecha
se apoderan de su discurso y lo toman para captar votos. El Frente Nacional en
Francia y el Amanecer Dorado en Grecia son algunos de los ejemplos. En Holanda,
representantes de partidos de extrema derecha han tenido que dar explicaciones
a la justicia por incitar al odio.
Noruega, país de 5
millones de habitantes, posee una de las sociedades más abiertas y democráticas
del mundo. Es una nación rica en petróleo, madera y pescado, que ha rechazado
ingresar a la Unión Europea en dos ocasiones (1972 y 1994). El populista
Partido del Progreso, señalado como poseedor de tintes de ultra derecha, es la
segunda fuerza del país, por detrás de los laboristas pero por encima del
Partido Conservador. Alcanzaron un 23% en las legislativas de 2009 con un leve
crecimiento con respecto a los comicios anteriores. Sin embargo la matanza de
Utoya fue un duro golpe para esta agrupación contraria a la inmigración. En las
elecciones regionales de setiembre de 2011 logró apenas un 11%.
Desde hace décadas,
Noruega posee una tradición de política joven y campamentos de verano. A pesar
de la tragedia, las nuevas generaciones de laboristas continúan participando en
la política, predicando la sociedad cultural y la lucha contra el racismo.
Varios sobrevivientes de Utoya serán candidatos en las próximas elecciones
generales. En setiembre se realizarán los primeros comicios legislativos
posteriores a la matanza. Si bien la reacción del gobierno laborista fue
reforzar los dispositivos de seguridad pero sin restringir las libertades de
los ciudadanos, afronta diversos cuestionamientos sobre la posibilidad de haber
evitado la tragedia.
Las encuestas dicen
que Jens Stoltenberg tendrá que dejar el cargo tras dos mandatos, debido al
desgaste de los laboristas en el poder. La favorita es Erna Solberg del Partido
Conservador, aprovechando el declive del Partido del Progreso, castigado por los
medios luego de la tragedia. Sean los laboristas o los conservadores los
próximos gobernantes de Noruega, la sociedad en su conjunto se debe un profundo
debate sobre extremismo y cómo controlarlo. No es sólo la crisis económica la
que hace resurgir a este tipo de xenofobia sino razones más profundas. Encontrar
las raíces de este problema será uno de los desafíos de la próxima generación
de gobernantes nórdicos.
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