En la última década los musulmanes aumentaron su
número en el país más grande de Sudamérica. Si bien los datos del censo
difieren de los comunicados por los portavoces de la comunidad, la realidad indica
que tanto por conversión como por inmigración el Islam se expande en Brasil. La
presencia de simpatizantes extremistas puede alarmar al gobierno, aunque no
debe perderse de vista que la gran mayoría profesa un Islam moderado.
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El censo
realizado por el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística marcó un
crecimiento de un 29% de los musulmanes desde 2000 a 2010. La metodología
utilizada a la hora de registrar la religión posee ciertas limitaciones. Es por
ello que los números de la comunidad musulmana difieren ampliamente con los
35.000 seguidores que se manejan oficialmente. Los centros islámicos y algunos
estudiosos del tema aducen que en Brasil hay alrededor de un millón de fieles, lo
que convierte a ese país en el segundo de América con más seguidores, por
detrás de Estados Unidos. Las cifras son dispares y confusas. Estudios
confiables manejan el número de 500.000 a 700.000 en un país de alrededor de
220 millones de habitantes.
La primera
oleada del Islam en Brasil llegó hace siglos a través de los esclavos
africanos. Sin embargo, la inmigración más importante desde Medio Oriente fue a
mediados del siglo XIX y principios del siglo XX pero en aquel momento se
produjo la llegada de árabes provenientes de Líbano y Siria, la mayoría de
ellos cristianos y no musulmanes. En la década del cuarenta sí se produjo una
oleada musulmana, principalmente de palestinos y jordanos al Estado de Río
Grande del Sur. Asentados en el sur del país, los inmigrantes se mostraron
afines a mantener fielmente su cultura religiosa. Actualmente la mayor
comunidad musulmana en Brasil está en San Pablo, casi la totalidad de ellos son
de ascendencia árabe.
A partir del 11
de setiembre de 2001 se produjo un mayor interés por el Islam en Brasil. La
cobertura mediática provocó que muchos habitantes se preguntasen qué es lo que
realmente dice el Corán. También estos brasileros se sintieron atraídos por la
cultura y el significado del Ramadán. Hay quienes aseguran que la telenovela
“El Clón”, estrenada ese mismo año y filmada en Marruecos, provocó un
entusiasmo y una imagen positiva de la religión. Tal es este “fervor” que se
presume que el 85% de las familias musulmanas en Río de Janeiro son brasileros
conversos. Un claro indicador del crecimiento de la religión es el aumento de
las mezquitas: se estima que hay cuatro veces más de las que había en el año
2000. Otro parámetro que ayuda en la medición es la expansión de centros
culturales, librerías y locales gastronómicos, entre los que se encuentra la
popular cadena de comida rápida Habib’s.
La política
exterior de Brasil en Medio Oriente
Durante la
última década no sólo aumentó la población musulmana sino también el interés
del gigante sudamericano por el mundo árabe – islámico. Desde la presidencia de
Lula Da Silva, la política exterior de Brasil apuntó a la autonomía y la
diversificación, y buscó diferenciarse en cierta manera de la llevada a cabo
por Fernando Henrique Cardoso. La nueva geopolítica mundial derivó en un
relacionamiento interregional de cooperación económica entre Brasil y los
países árabes. El aumento del comercio, así como las relaciones Sur – Sur,
derivaron en políticas a favor de causas árabes.
Brasil mantuvo
un perfil más bajo que Venezuela en sus relaciones con la República Islámica de
Irán pero igual se involucró en la búsqueda de una solución al tema nuclear. La
postura conjunta de Sudamérica, liderada por Brasil, al apoyar la creación de
un Estado Palestino con las fronteras de 1967 en las Naciones Unidas, es otro
ejemplo del acercamiento. En el escenario de la Primavera Árabe, Brasilia se
opuso a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad que avaló la invasión de la
OTAN en Libia, más que nada por ser reacio a políticas intervencionistas de
tinte imperialista. Además, como un país clave de los denominados BRICS, Brasil
participa activamente desde 2005 de los encuentros cumbre entre América del Sur
y los países árabes. Incluso también, como parte de la política brasilera de
participación en Naciones Unidas, en setiembre de 2007 llegaron al país
refugiados iraquíes a través de un programa de reasentamiento.
Diferenciar
es clave
Personas
desplazadas (geográfica y emocionalmente) y aquellos excluidos de la sociedad
son potenciales seguidores de una nueva religión. Las iglesias evangélicas han
crecido mucho captando personas que sufren racismo o temas de droga. Así es
como también es Islam ha recibido a muchos brasileros en las distintas favelas
del país. La conversión de los ciudadanos y la inmigración de musulmanes no
tienen nada malo en sí mismo. De hecho el Islam es la religión de mayor
crecimiento en los últimos años. Sin embargo, hay varias claves para analizar:quiénes
son los que llegan y quiénes enseñan a los aprendices.
Se estima que en
las últimas oleadas provenientes del Líbano han llegado a Brasil 20.000
seguidores del Islam chiíta, el más radical. Además, personas vinculadas con la
agrupación terrorista Hezbola se han radicado en la triple frontera de Brasil,
Argentina y Paraguay. Allí se valen de actividades ilícitas (narcotráfico entre
otras) como una de las fuentes de financiación. Un cable diplomático de la
Embajada de Estados Unidos revelado por WikiLeaks demostró la preocupación del
gobierno norteamericano por las actividades de la comunidad musulmana en Foz de
Iguazú.
Demonizar a los
musulmanes como presuntos terroristas es un error de ignorancia. La mayoría del
Islam en Brasil es moderado y mantiene buenas relaciones con las otras
comunidades, así como con el gobierno. Sin embargo, hay que prestar atención a
dónde llegan aquellos que, motivados por el conocimiento de la religión, acuden
a centros lejanos de las comunidades islámicas de cabecera. El crecimiento del
Islam no supondrá ningún problema para Brasil siempre y cuando se mantenga un
balance entre la comprensión a una religión y la prevención ante una posible
llegada de elementos extremistas.
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