La muerte de un joven
moscovita a manos de un inmigrante desató una ola de protestas y la salida a la
calle de ultranacionalistas rusos que exigen cambios en la política migratoria.
Más allá del hecho puntual, el asesinato revivió cuestiones intrínsecas de
Rusia tales como el desafío demográfico, la retórica nacionalista y la
marginación de aquellos que provienen de ex estados de la Unión Soviética.
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Días
atrás los grupos ultranacionalistas opuestos a la inmigración salieron a las
calles de Moscú con sed de venganza por la muerte de un joven local en el
barrio Biriuliovo. Acompañados en este caso por ciudadanos comunes, que en el
último tiempo relacionan sus problemas con los extranjeros, desataron violentos
enfrentamientos con la Policía, luego de quemar comercios y destrozar mercados
donde trabajan inmigrantes de Asia Central y el Cáucaso. La jornada terminó con
380 detenidos, la mayoría liberados al día siguiente.
Las
autoridades respondieron rápidamente para calmar la ira de los manifestantes.
Arrestaron a un hombre de origen azerbaiyano, presunto autor del crimen, y
organizaron una redada masiva, deteniendo alrededor de 1200 extranjeros en el
suroeste de Moscú con el objetivo de chequear si los trabajadores estaban en
regla. Se estima que en la capital rusa residen 300.000 ilegales de estados
post soviéticos, principalmente tayikos y uzbecos, que trabajan en la
construcción o en mercados y a los cuales se los acusa de estar relacionados
con el crimen organizado o de imponer sus leyes en el barrio.
Una
situación similar ocurrió en 2010 cuando la muerte de un joven ruso derivó en
una reyerta con individuos del Cáucaso. Las manifestaciones nacionalistas
terminaron en una batalla campal, en un país que no se caracteriza por masivas
protestas callejeras. La situación este año pudo agravarse tras la celebración
del Aid de los musulmanes, que congregó 60.000 fieles en Moscú causando un
dolor de cabeza para las autoridades. Sin embargo el evento transcurrió con
normalidad, aunque aparecieron provocaciones vía Internet. Salvo raras
excepciones los musulmanes, que son un 20% de la población, han convivido de
forma pacífica con los eslavos en Moscú.
La
política migratoria y el desafío demográfico
En
Rusia, un país de 142 millones de personas, las encuestas aseguran que el 58%
se identifica con la consigna expresada por los ultras: “Rusia para los rusos”.
Pese a ello actualmente viven en la nación alrededor de 11 millones de
extranjeros. Muchos de ellos son utilizados como chivo expiatorio con respecto
a los problemas actuales y deben resistir los desfiles de grupos xenófobos que
reclaman mayor proyección al pueblo ruso y condenan la invasión de los
“negros”, como les denominan. Sin embargo si bien se quejan de que los extranjeros
acceden a trabajos por menos precio y se los quitan a los locales, la realidad
es que también ocupan oficios que los rusos no quieren realizar.
La
política migratoria del gobierno es fundamental para evitar capítulos como los
que se sucedieron esta última semana. En este 2013 se estima que llegaron 1.5
millones de inmigrantes, de los cuales 2/3 consiguieron permiso de trabajo y
13.500 fueron expulsados del país. Actualmente el 84% de la población requiere
un régimen más severo contra la inmigración, sin embargo Moscú se encuentra ante
el problema de frenar la llegada de trabajadores extranjeros y el desafío
demográfico de tener escasez de población en un territorio enorme.
El
problema no es solo si llegan sino la forma que se adaptan una vez en territorio
ruso. En Rusia ocurre una situación similar a la que ocurrió hace meses en
Suecia o Francia en donde no aparecen relaciones aceptables entre locales e
inmigrantes. La marginación, fruto de los errores en política migratoria, implica
que las poblaciones vivan separadas y que los extranjeros participen en las
actividades comerciales pero no en la vida social. Se ven pocas parejas mixtas
y poseen alternativas de ocio distintas, lo cual causa que ante los hechos
acaecidos la Federación de Inmigrantes inste a su gente a no acudir a lugares
públicos para evitar problemas.
Las
raíces contemporáneas del nacionalismo ruso se pueden encontrar tras la caída
de la Unión Soviética. Este camino de reconstrucción patriótica se acentuó en la
era Putin a partir de 1999. La misma tuvo una amplia aceptación e incluyó el
capítulo sangriento de la Guerra de Chechenia. El gobierno de Putin, apoyado en
una retórica nacionalista, le dio un crecimiento económico importante al país
bajo el control de las materias primas con un régimen que dificultó en todo
momento el crecimiento de la oposición.
En
materia de política migratoria las señales han sido dispares. La Policía prefiere
enfrentar a las minorías étnicas en vez de a los nacionalistas. Sin embargo
desde la Alcaldía de Moscú se dejó en claro que la ciudad ha sido y es
multicultural. El gobierno dio por cerrado este conflicto del que no se quieren
secuelas, sin embargo sería bueno descubrir si estamos ante un brote de
nacionalismo o un hecho aislado. Seguramente se convierta en un tema importante
de la agenda interna de Putin que deberá tomar posiciones rápidamente para no
perder el control y evitar los problemas raciales en las ciudades.
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