Los resultados de los
comicios en este país del Cáucaso no son novedad. La dinastía Aliyev dirige al
país desde hace casi cincuenta años y así lo hará en los próximos cinco tras la
elección del actual presidente para un tercer mandato. La clave en estas
elecciones no era saber el ganador sino conocer los reportes de los
observadores internacionales para saber si estamos frente a otro caso de
fraude.
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El
partido oficialista Nuevo Azerbaiyán obtuvo el 85% de los votos. Este resultado
le permite al mandatario Ilham Aliyev continuar en el poder, el cual ejerce
desde 2003 cuando sucedió a su padre Heidar, ex agente de la KGB que dirigía al
país desde 1969. Cinco años después de asumir, el actual presidente fue reelecto
y en 2009 modificó la Constitución para poder presentarse a un nuevo mandato.
Este es uno de los tantos aspectos de los cuales se queja la oposición reunida
en el Consejo Nacional de Fuerzas Democráticas. Su líder, Jamil Hasanli, obtuvo
4,6% y denunció irregularidades durante los comicios. Mientras que el resto de
los candidatos no superaron el 2%.
Las
acusaciones de las ONG apuntan a las prohibiciones de realizar manifestaciones
y la inexistente prensa independiente. Además, Human Rights Watch culpó al
oficialismo de ejercer presiones a los funcionarios públicos durante la campaña
mientras que Amnistía internacional pidió que Azerbaiyán deje de reprimir a su
población. En lo que refiere a organismos internacionales, la Unión Europea
había denunciado intimidación durante la campaña a los políticos opositores.
Sin embargo algunos observadores alemanes declararon que las elecciones fueron
plenamente democráticas y respondían a los estándares vigentes en su país.
El
autoritarismo de una familia en el poder
Azerbaiyán,
país laico pero de mayoría musulmana, es una república que fue ignorada durante
años pero que en la última década recuperó cierto protagonismo debido a los
contactos entre las multinacionales y el gobierno del presidente Aliyev. Esta
nación del Cáucaso, que integró el Imperio Ruso a principios del siglo XIX y
formó parte de la Unión Soviética desde 1918, se convirtió en un centro
logístico con proyección en la región gracias a los oleoductos y gasoductos que
permitieron el crecimiento de la burguesía petrolera. Esta nación de 9 millones
de habitantes que une Asia y Europa tiene en su capital Bakú el mayor puerto de
la región. Desde su independencia en 1991 el país intenta dejar de
ser una economía planificada al estilo soviético para convertirse en una de
mercado.
Aliyev
es una figura que a Europa le garantiza la viabilidad de los proyectos de
suministro de gas sin la necesidad de acudir a Rusia. El mandatario,
promoviendo una política de buena vecindad, encontró el equilibrio necesario
entre Europa, Rusia e Irán. El gas y el petróleo suponen el 50% de un PBI que
se ha triplicado en los últimos tiempos. La ansiada diversificación, ineludible
si Azerbaiyán quiere evitar convertirse en una nación petrolera, necesita de la
Unión Europea. Los avances en estos últimos años provienen de las reformas de
regulación de los negocios y la inversión que llega desde Estados Unidos, Reino
Unido y Turquía.
Si
bien a favor del presidente están los números macroeconómicos y el crecimiento
del nivel de vida, las principales críticas a la cúpula dirigencial
corresponden al reparto de las ganancias petroleras entre la clase dirigente.
Esto genera graves contrastes sociales entre sectores sumergidos y las
multimillonarias familias del régimen. Azerbaiyán comenzó la liberalización a
través de la economía, el camino rápido y eficiente. Se presenta como un
mercado de oportunidades que en su momento mostró cifras impresionantes como un
crecimiento de 35% en 2006. Sin embargo la falta de libertades políticas y la
existencia de un autoritarismo corrupto generan el cuestionamiento del despegue
de esta pequeña nación caucásica.
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