La campaña
para el ballotage, que se realizó el 9 de marzo, exhibió fisuras de la historia
reciente salvadoreña. Los resultados ajustados entre los dos candidatos más
votados en febrero y la insistencia de la derecha de un supuesto fraude
electoral, polarizan a un país que parecía haber encontrado la confianza en su
democracia. ARENA, partido perdedor en la contienda, tendrá que sincerarse y
actuar de una forma políticamente responsable para no convertir a El Salvador
en otra Venezuela.
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Tres días después que se celebró la segunda vuelta,
el Tribunal Supremo Electoral (TSE) comunicó que el oficialista Frente
Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) obtuvo más votos en los
comicios aunque esperará resolver los recursos pendientes, presentados por la
oposición, para proclamarlo ganador. El candidato del FMLN, Salvador Sánchez,
venció por 0,22%, unos seis mil votos en alrededor de tres millones. Sin
embargo el partido de oposición, ARENA (Alianza Republicana Nacionalista),
declaró que existió fraude por la presencia de votos dobles y presentó
recursos, entre ellos una petición de nulidad.
El sistema electoral del país centroamericano
obliga a la realización de un ballotage si ningún candidato obtiene el 50% en
primera vuelta. Eso fue lo que sucedió en febrero cuando el candidato de
izquierda Sánchez obtuvo 48%, diez puntos porcentuales por encima de Norman
Quijano, ex alcalde capitalino durante dos períodos. La tercera fuerza política
fue Unidad del ex presidente (2004-2009) de derecha Elías Antonio Saca,
expulsado del partido ARENA, que alcanzó un 11%. Por primera vez apareció un
gris entre tanta polarización entre los dos polos tradicionales: izquierda y
derecha.
En estas últimas semanas el objetivo de ambos
candidatos fue captar los votos de Saca, meta que parece haber logrado Quijano,
a pesar que Sánchez declaró que había recibido el apoyo del ex mandatario. La
polarización aumentó en los días previos a la elección y la campaña se fue
tornando hacia los miedos del pasado. ARENA apeló a viejos recuerdos,
reagrupando el voto de la derecha y relacionando al FMLN con la Venezuela
chavista, que pasa por su peor momento. A Sánchez se lo tildó como un candidato
bolivariano, acusación que el presidente Mauricio Funes se preocupó por
desmentir. Seguramente las confrontaciones ideológicas llevaron a que la
participación en esta segunda vuelta (61%) haya sido mayor que en febrero (53%),
característica que no es común en El Salvador.
Superar las diferencias históricas: la necesidad de
convivir
El FMLN, que nació como un grupo guerrillero, se
convirtió en partido político tras la firma de los acuerdos de paz en 1992. Fue
oposición durante 17 años hasta que Mauricio Funes ganó las elecciones con un
51% de los votos en 2009. Este periodista dejará la presidencia siendo el
mandatario más popular desde que finalizó la guerra civil. A diferencia de
Funes, que se presentaba como un candidato sobrio sin relación con la
guerrilla, el vicepresidente y ahora candidato Sánchez, fue uno de los cinco
máximos jefes del grupo guerrillero. A pesar de ello se puede afirmar que el
FMLN alcanzó su madurez política, llevando adelante un gobierno pragmático,
moderado y lejos de las políticas de la izquierda radical latinoamericana.
La campaña de Sánchez embanderando la izquierda
moderada y con un giro hacia el centro no convenció a un electorado que parece no
olvidar que fue uno de los comandantes de la guerrilla. La derecha, sin un
proyecto alternativo serio, dividida, con asesores investigados y necesitando
urgentemente la renovación, apeló a los miedos y fantasmas (dignos de la Guerra
Fría) para retornar al poder. Una vez derrotada, la derecha tradicional debería
aceptar la oferta de diálogo de Sánchez para dejar atrás la historia de
violencia y poder fortalecer una democracia que siempre ha sido débil. Sin
embargo la opción de Quijano parece ser otra, ya que incluso mencionó a las Fuerzas Armadas
como garantes de la jornada electoral.
Sánchez debe esperar a que lo declaren oficialmente
como ganador para comenzar a trabajar en la transición. Fortalecer el
crecimiento económico (superar el 1.9% del PBI), continuar la lucha (o tregua)
contra las maras para garantizar la seguridad ciudadana, superar la pobreza y
mejorar la educación son algunos de los objetivos que tendrá para los próximos
años. Además deberá lograr consensos en una nación dividida y con un sistema
electoral que colabora con esta polarización entre la “oligarquía” y los
“socialistas”. Estará en la madurez política de la derecha (principalmente) y
en el pragmatismo de la izquierda continuar construyendo democracia en este
pequeño país centroamericano, para no terminar como Venezuela.
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