La crisis en
Ucrania desnudó un problema que tiene actualmente el sistema internacional: la ineficacia
de las Naciones Unidas (ONU) para resolver los problemas. El crecimiento a todo
nivel de Rusia y la insistencia en mantener bajo su órbita a las ex repúblicas
soviéticas plantea un nuevo problema en Eurasia. Desde el Kremlin se toman
decisiones que difícilmente puedan ser contrarrestadas por Estados Unidos y
Europa. Quizás por ello estos últimos deberían aceptar cambios en la toma de
decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU.
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Los problemas en Ucrania, país de 45 millones de
habitantes, no comenzaron en 2013. Desde hace varios años que el gobierno de
esta nación se encontraba en la disyuntiva de tener que elegir entre la Unión
Europea y Rusia. Victor Yanukovich, ex presidente de Ucrania, estaba dispuesto a firmar
un acuerdo con el bloque europeo pero fue paralizado por las presiones
de Moscú. En noviembre suspendió las preparaciones del tratado con Europa y generó diversas protestas en las calles. El gobierno reprimió y profundizó
las tensiones, provocando muertes de ambos bandos.
En febrero ya se podía ver un país dividido entre
los proeuropeos y prorusos. En las ciudades en donde se
produjeron las protestas predomina la lengua ucraniana y se caracterizan por apoyos a candidaturas
proeuropeas, algo que no ocurre
en las regiones del este. En este contexto a mediados de febrero el corrupto presidente Yanukovich tuvo que refugiarse
en Rusia, asumiendo en Ucrania un gobierno interino que
estableció lazos económicos y militares tanto con Europa como con Estados
Unidos. El primer ministro, Arseniy Yatsenyuk, será el encargado de llevar
adelante las riendas del país hasta las elecciones de mayo.
El creciente nacionalismo y el rol que ocupó la
extrema derecha en las protestas es un llamado de atención para las nuevas
autoridades ucranianas. La revolución proeuropea también provocó cierto temor
en la comunidad rusa ucraniana. Con la ida de Yanukovich Europa logró su cometido, enmarcado en la
política de vecindad, de atraer hacia su lado a países de la ex Unión
Soviética. Bruselas y el Kremlin claramente tienen intereses contrapuestos en la zona y las
decisiones de ambos no han sido negociadas. Europa se quedó con Ucrania pero
Rusia no dudo en responder y bajo el objetivo de la recuperación nacional,
contraataco.
Rusia y la demostración de fuerza
Con la excusa de proteger a los rusos, el presidente
ruso Vladimir Putin reaccionó tomando la República Autónoma de Crimea, que es
parte de Ucrania. Esta península estratégica tiene un puerto con salida al Mar
Negro y es clave para el control en el suministro de gas a Medio Oriente. Allí existe
una mayoría rusa de alrededor del 60% pero también conviven ucranianos y
tártaros. Aunque Rusia ya tenía influencia en la zona (una enorme base
militar), Putin desplegó a sus fuerzas armadas en una demostración de fuerza al
mundo. Además desde Moscú se alimentan en estos días las movilizaciones separatistas en
Donetsk y Jarkiv.
El principal objetivo de Rusia era anexionar a
Crimea a la Federación, lo cual se llevó adelante a través de un referéndum. En ocho días el Kremlin se encargó de organizar el plebiscito sin garantías en lo que
refiere a observadores, logística y campaña electoral. El resultado de la
consulta no fue novedad para nadie aunque obviamente no fue aceptado ni por la
Unión Europea ni por Estados Unidos. Según la comisión electoral local, más del 95% votó a favor de la
reunificación y al día siguiente Putin firmó el acuerdo de
incorporación, pese a la negativa de Occidente.
La multipolaridad que no es tal
La disolución en 1991 de la Unión Soviética marcó
la historia: terminó con la bipolaridad de la Guerra Fría para pasar a la
hegemonía norteamericana. Hoy en día el nacionalismo ruso es creciente y desde
el Kremlin se busca restituir la grandeza de Rusia. Los inmensos recursos
energéticos convierten a este país nuevamente en protagonista a nivel mundial.
El potencial científico así como el crecimiento económico y militar renuevan
las ambiciones tras la reconstrucción del país. A pesar de las sanciones políticas
que Europa y Estados Unidos puedan imponerle, Putin se muestra fuerte, con una
popularidad en su país que se dispara.
Surge la duda de si estamos en presencia de un
orden multipolar con estas nuevas potencias crecientes o si aún se parece a la
bipolaridad del siglo XX. Actualmente nos encontramos con China mirando hacia
otro lado (sin entrometerse en asuntos intentos como marca su política), Europa
carente de una política exterior firme e independiente y otras potencias regionales
(Brasil, India, Sudáfrica, Turquía) que no encuentran el ámbito para expresarse
o no tienen objetivos de liderazgo. Estados Unidos además de llevar la bandera de las libertades debería pensar en más democracia en el
ámbito de las Naciones Unidas, aunque un Consejo de Seguridad más democrático no le permitiría ciertos atropellos.
Tal como sucedió en el conflicto de Siria, Rusia
vuelve a mostrar fuerza en el orden internacional. La capacidad de veto en un
Consejo de Seguridad que une a Europa con Estados Unidos, que tiene a China
absteniéndose y Rusia por otro lado, convierte a este mundo en bipolar, tal
como fue concebido en 1945. La reforma en la ONU se hace inevitable para evitar
este tipo de decisiones unilaterales que toma Rusia, anexionando territorios como si nada.
Un Consejo de Seguridad más amplio, democrático y sin veto seguramente ayude a
concebir esa multipolaridad de los cuales muchos académicos hablan pero que no
logra concretarse.
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