La potencia
regional tiene desde hace pocos días un nuevo presidente: Recep Tayyip Erdogan.
El ex primer ministro, cargo que ocupó durante 11 años, intenta cambiar el
sistema parlamentario a uno semi presidencialista para de esa forma llegar al
centenario de la nación (2023) como máxima figura política. Sus desbordes
autoritarios y la búsqueda de permanecer en el poder opacan la primera etapa de
Erdogan, elogiada por propios y extraños.
El 10 de agosto, en una especie de plebiscito hacia
su persona, Erdogan ganó con el 51.8% las primeras elecciones presidenciales
por voto directo. Los principales partidos de oposición (CHP y MHP) acudieron a
los comicios liderados por Ekmeleddin Ihsanoglu, un académico de 70 años que
logró atraer el voto de los islamistas más moderados, alcanzando un 38.4%. El
tercer contendiente fue Selahattin Demirtas del Partido Democrático de los
Pueblos y representante de los kurdos, que obtuvo el 9.7%.
La primera etapa de Erdogan fue alabada debido a que
sometió al Ejército (clave en la historia política turca), triplicó el PBI del
país, amplió las oportunidades de consumo, desarrolló infraestructura y mejoró
las condiciones para la ciudadanía de ingresos bajos y medios. El ex alcalde de
Estambul y líder del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) fue apoyado
por sectores liberales debido a que dejó de lado el nacionalismo e inició las
conversaciones de adhesión con la Unión Europea. Surgía un modelo de Turquía
modernizadora y occidental.
Pese a ello la figura de Erdogan comenzó a dividir
las aguas luego de las victorias de 2007 y 2011. Acusado de autoritario y de
poseer una visión conservadora, el mandatario tuvo que soportar manifestaciones
masivas en junio de 2013 y críticas internacionales por la violenta respuesta.
El bloqueo de redes sociales y las presiones a la prensa fueron claves para un
cambio en la concepción de su figura. El amplio espacio que le dio en el último
tiempo al Islam también es objeto de crítica por parte de los sectores laicos.
Sin embargo en marzo el partido de Erdogan fue el
vencedor de los comicios locales, a pesar del escándalo de corrupción que
derivó en la dimisión de cuatro ministros. El mandatario acusó al movimiento de
Fetula Gulen, autoexiliado en Estados Unidos, de hacer una campaña en su
contra, desatando una purga contra policías, jueces y fiscales. En este sentido
el politólogo español Eduard Soler identifica ciertas características de esta
segunda etapa de Erdogan en el poder: un lenguaje insultante, la apelación a
las conspiraciones, un enfriamiento de la política exterior y un freno al
acercamiento con Europa.
En este contexto Erdogan volvió a ganar una nueva
elección y asume una jefatura de estado que hasta el momento tuvo carácter
simbólico. El mandatario aspira a cambiar la Constitución tras las elecciones
generales de 2015 (que renovará el Parlamento) con el objetivo de transformar
el régimen parlamentario, adjudicándole al presidente funciones como la de
disolver el Parlamento o nombrar ministros. Para realizar las reformas, el AKP
deberá contar con una mayoría parlamentaria. Por ello son claves los diputados
kurdos y también el proceso de paz iniciado en este último tiempo. Los reclamos
de derechos sociales y políticos de los kurdos seguramente entren en una cadena
de dar y recibir con respecto a las aspiraciones de Erdogan.
Al asumir como presidente, el cargo de primer
ministro de Turquía fue ocupado por Ahmet Davutoglu, hasta hace pocos días
ministro de Exteriores. Erdogan necesita un jefe de gobierno que responda a él,
al menos hasta que no reforme la Constitución. Aunque Erdogan en su último
discurso prometió fortalecer la democracia es difícil pensar que el mandatario
se alejará del curso que tuvo su gobierno en los últimos años. Si bien marcó
como prioridades la integración con la Unión Europea, la aplicación de reformas
democráticas y la consolidación del proceso de paz con los kurdos, cuando se
emprende un camino hacia el autoritarismo, difícilmente se vuelva atrás. Los
cambios de reglas constantes para beneficio propio no condicen con las
principales teorías democráticas.
El panorama político turco es complejo. El
enfrentamiento con los opositores, acusándolos de traidores e imponiendo el
concepto de la lucha entre el pueblo (que él representa) y el enemigo, denotan
una deriva populista. Erdogan representa una mezcla de convervadurismo,
neoliberalismo en lo económico y antiliberalismo en lo político o quizás un
populismo con un componente religioso. En este sentido cabe destacar algunos
conceptos con respecto al populismo. Según el analista e investigador Anthony
Painter, el ascenso del populismo de derecha es uno de los hechos más significantes
del último tiempo en Europa. Un populismo que no busca remplazar la democracia
sino cambiarla, oponiéndose a los pesos y contrapesos de la democracia
liberal.
En lo que refiere a Europa, el politólogo Germán Clulow
citando a Matzoleni marca ciertas características centrales del neopopulismo
europeo: la valorización excesiva del pueblo y el hombre de la calle como pieza
central, demanda de participación política directa, desconfianza a las elites,
la exaltación del líder como eje aglutinador y por último, un equilibrio
precario entre la crítica y aceptación al sistema. En los últimos años se
pueden observar algunas de estas características mencionadas en Erdogan. Principalmente
esa apelación a la “nueva Turquía”, contrastándola con el pasado al que él no
pertenece.
Populista o no, Erdogan se está alejando de aquel
modelo de democracia musulmana que el mundo observó en una primera instancia.
Resta esperar si los cambios realizados son simplemente para mantenerse en el
poder o para avanzar fuertemente hacia un autoritarismo, aunque la primera sea ineludiblemente
parte de la segunda. Debemos estar atentos al futuro de Turquía, clave por su
rol estratégico en una zona conflictiva que incluye asuntos como Gaza, Siria,
Irak y el Estado Islámico.
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