El árbitro mexicano pitó el final del
partido en Belo Horizonte y terminó con el sueño de millones de brasileros. La
selección alemana humilló a Brasil venciéndolo 7 a 1 en las
semifinales de la Copa del Mundo. Los europeos golpearon bien
fuerte a un pueblo que no estaba convencido de ser anfitrión pero que se había
ilusionado con conquistar el trofeo. Un golpe demasiado duro para una población
que recibió el Mundial con hospitalidad y alegría.
“Quizás es mejor que perdamos la Copa,
porque si ganamos va a continuar todo igual y el país necesita cambios
profundos”, dijo un ciudadano no muy preocupado por el Mundial. El domingo
pasado terminó un mes de circo donde el centro de atención fue el fútbol, un
deporte que Sudamérica vive como ninguna otra región. Ahora vuelven los
problemas del día a día y los enojos con los gastos que acarreó la organización
del Mundial. El foco vuelve a ser la desigualdad y la pobreza existente en
Brasil.
En ello deberán centrarse los
políticos, ya que el brasilero de hoy es más exigente que el de ayer. La
población reclama algo más que fútbol, samba y carnaval. El desafío que tendrán
por delante, ciudadanos y gobernantes, es crear una sociedad más justa sin
perder la identidad de un país proclive a la felicidad. Como dijo Neymar, la
estrella de esta selección brasilera, se necesita “un Brasil más justo, seguro
y honesto”.
Pocas protestas durante la Copa
El jueves 12 de junio no solo comenzó
el Mundial sino un gran desafío para todo el Brasil. Aquel día en San
Pablo no solo fue la inauguración del mayor evento futbolístico,
también fue el momento en que los brasileros debían demostrar al mundo los
avances de una potencia regional que aún debe superar problemas endémicos
(pobreza y desigualdad) para pegar el salto al desarrollo.
Aquel 12 de junio además de jugar
Brasil-Croacia en el Arena Corinthians frenaron las protestas que pretendían
entorpecer el evento deportivo. Cuando el balón comenzó a rodar los bares se
llenaron y los comerciantes pararon para ver a sus ídolos en la televisión. Los
manifestantes prefirieron quedarse en casa para ver a la canarinha antes
que salir a protestar con una minoría radical, que impuso una violencia no
deseada por la clase media.
De hecho las protestas disminuyeron
un 39% durante los primeros 12 días del Mundial, en relación a la misma
cantidad de días previo al evento, según Folha. Aunque los grafitis en las
ciudades invitaban a la FIFA a marcharse a casa, las manifestaciones frenaron.
Sociólogos y politólogos locales afirmaron que en Brasil el fútbol golea a
cualquier protesta social.
Sin embargo la cara negativa del
Mundial fue muy visible y no me refiero al catastrófico final deportivo. La
sensación de que se gastó demasiado invadió a la población. Las exigencias por
parte de la FIFA fueron enormes. “Los helicópteros y la
guardia policial que ves ahora es solo por el Mundial, luego desaparecen”,
comentó un taxista. Es que el ambiente primermundista (organización y
seguridad) que se vivió en territorio brasilero tenía una fecha de vencimiento:
el último partido de la Copa en Maracaná.
Las elecciones y el futuro de Brasil
Aunque en los bares la pelota era el
centro de discusión ningún brasilero olvida que en los próximos meses tienen
otra cita importante. El 5 de octubre se realizarán las elecciones nacionales y
la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, irá
por la reelección. Fue durante la Copa que la mandataria confirmó su
postulación, defendió los programas sociales del gobierno y prometió cambios en
salud y educación.
Aprovechando la euforia de los primeros
días de la Copa, Dilma afirmó que se estaba dando “una paliza monumental a los
pesimistas”. No mintió pero el final no fue el soñado. No porque Brasil no haya
ganado el certamen, ya que era una posibilidad, sino por la inesperada
despedida que tuvo el seleccionado de Felipao. Las
conversaciones en las esquinas ya no son sobre la mordida de Suárez sino de la
desilusión propia. El orgullo y el nacionalismo brasilero perdieron por
goleada.
Sin dudas los comicios de octubre serán
los más difíciles del PT, fruto del desgaste y del final de una luna de miel
que duró más de lo esperado, seguramente por los logros económicos alcanzados
en la presidencia de Lula. Ahora el ciudadano no se conforma con lo
que ya se obtuvo y aspira a cambios profundos que incluyan mejoras notorias en
los servicios públicos.
La ciudadanía brasilera quiere seguir
adelante con la transformación del país que se inició durante el gobierno de
Lula pero exige el fin de la corrupción. Por ello es fundamental la generación
de un ambiente político democrático, armónico y de transparencia. La crítica al
PT y las protestas sociales son válidas y entendibles pero creer que los debes
actuales de Brasil son consecuencia de Lula y Rousseff es exagerado.
La carrera electoral estará centrada en
la desaceleración económica, el aumento en el costo de vida y la seguridad
ciudadana. Rousseff es la principal candidata, aunque será difícil que gane en
primera vuelta. La intención de voto de la presidenta creció durante la Copa,
llegando al 38%. Pero también crecieron sus contendientes, el senador Aecio
Neves del Partido de la Social Democracia Brasileña (20%) y Eduardo
Campos, del Partido Socialista Brasileño (9%).
Trazar una conexión entre el resultado
deportivo y las futuras elecciones es apresurado y erróneo. Obviamente que el
humor de los brasileros no será el mejor en las próximas semanas y eso se puede
trasladar a otros ámbitos, como por ejemplo la vuelta de las protestas
sociales. Sin embargo las elecciones van por otro carril y si bien el PT
esperaba el trofeo para insistir con que las cosas van bien, el fracaso
deportivo no será clave en el futuro de Brasil.
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