El gran crecimiento
de la economía colombiana en los últimos años comienza a llamar la atención en
la academia. Antes que nos invadan los artículos sobre lo bien que está
haciendo las cosas Colombia, vale destacar algunos puntos de esta
transformación de un país que no solo es la hermosa Bogotá ni la ordenada
Medellín, también es la abrumadora pobreza de la región costera.
Colombia es hoy una especie de combo perfecto para
los neoliberales. En primer lugar porque tuvo un crecimiento de 6.4% en el
primer trimestre de 2014, que lo posiciona al tope en el mundo. Luego porque tiene
un desempleo de 9.2%, lo que refiere un gran avance con respecto al 15% de los
últimos años pero que aún es alto con respecto a la región. Por último, porque posee
una inflación controlada por debajo del 3% anual. Estos números, sumado a la
tasa de inversión que se sitúa en niveles récord, merecen un destaque en una
región que crecerá menos del 2%, su peor cifra desde 2009.
En este contexto la revista The Economist, muy
seguida en tiendas conservadoras para explicar lo que se debe hacer, dedicó un
capítulo a Colombia, país que estaría superando a Perú como nueva estrella de
la región. El presidente Juan Manuel Santos, beneficiado en su momento por el
incremento de los precios del carbón y petróleo, aseguró que Colombia está
pasando por el mejor momento económico de su historia. Esto posibilitó la
negociación para formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), conocido como “club de los países ricos”.
Pero la pregunta que se genera es si estos números
llegan al conjunto de la sociedad y si la ciudadanía puede sacar provecho de
este crecimiento económico. Para ello se debe observar los indicadores sociales
de Colombia, país de 47 millones de habitantes. Actualmente se estima que un
30% de los colombianos viven bajo la línea de pobreza, número que ha venido
decayendo con los años. Sin embargo cabe destacar las diferencias entre las
regiones, por ejemplo entre Bogotá (13%) y el Departamento de Chocó (64%),
ubicado al noroeste de Colombia.
Además, a ese 30% se le suma un gran porcentaje de
personas en vulnerabilidad, fruto de los bajos ingresos y la elevada
informalidad. En lo que refiere al Índice de Desarrollo Humano, Colombia tiene
un puntaje de 0.710, número por debajo del promedio de Latinoamérica. Incluso es
uno de los países más desiguales de la región, aunque mejoró en el Índice Gini.
Esto quiere decir que si bien los avances han sido importantes, el camino por
recorrer es bastante más largo de lo que aparenta.
La exclusión y los acuerdos de paz son los dos grandes
desafíos de este nuevo mandato de Santos, que comenzó hace pocas semanas. Tal
como el propio presidente lo expresó, “la paz total no es posible si no hay
equidad”. Según el informe de la OCDE, un mejor desempeño en el mercado laboral
ayudaría a reducir la desigualdad en un país con un sistema fiscal que recauda
poco, que permite una redistribución muy reducida y que no es suficiente para
financiar los programas sociales.
En la elección presidencial de este año, el ex
presidente Álvaro Uribe terminó empujando a Santos hacia el centro. Su
confrontación por las negociaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) determinó un clivaje claro entre Uribe-Santos, lo cual marcó un
apoyo de fuerzas de izquierda al actual presidente, a pesar de que existen
amplias diferencias en materia económica. En este contexto y luego de ser reelecto,
Santos volvió a posicionar su gobierno en el marco de la “Tercera Vía”. Esta corriente,
apoyada por Tony Blair y Bill Clinton, busca un camino del medio entre la socialdemocracia
y el neoliberalismo, tal como lo definía Anthony Giddens.
Sin embargo es interesante remarcar la opinión del
académico norteamericano, James Robinson (autor del libro ¿Por qué fracasan los
países?), quien destaca que la Tercera Vía es una serie de opciones para Estados
modernos que controlen el monopolio de la violencia y con una democracia
participativa, entre otras exigencias. No sería el caso de Colombia, que lejos
está de ser un Estado que provea a todos los ciudadanos de servicios básicos y
derechos. Incluso uno de los puntos clave del libro de Giddens es la lucha
contra la exclusión, aspecto que la élite política colombiana, desligada de la
sociedad, nunca llevó a cabo.
Con la asunción de Santos se reiniciaron las
negociaciones en La Habana. En las próximas semanas, tal vez meses, discutirán
sobre cómo resarcir a las más de seis millones de víctimas que lleva este
conflicto. Es el cuarto punto de una agenda que ya logró ciertos acuerdos en el
tema agrario, la participación política y el narcotráfico. La paz, en esta
sociedad partida en dos mitades, significará el fin de los desplazamientos, una
mejora del desarrollo rural y un crecimiento en infraestructura, clave para
este país agroindustrial.
Pero también las negociaciones de paz podrían
posibilitar un crecimiento de las fuerzas de izquierda en un país
históricamente de derecha. La legitimización de la izquierda, hasta hace poco
asociada con la FARC, permitiría incluir en la agenda temas importantes para
que Colombia continúe superando los problemas de una nación subdesarrollada. Una
fuerza política que presione hacia cambios profundos que permitan incorporar a
este hermoso país en la lista de naciones con un desarrollo humano alto. Quizás
una convivencia y alternancia de partidos de centro derecha y centro izquierda.
Por eso es que antes que las luces nos encandilen
por el gran crecimiento económico colombiano, sería bueno entender que si es considerado
por Santos como un comienzo, es algo valorable. Pero si el crecimiento sin inclusión
es un fin en sí mismo, deberíamos recordar que en el Departamento de Chocó los
números de pobreza son de nivel africano.
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