Nueva Zelanda es
rugby. Rugby son los All Blacks. Y los All Blacks son el Haka. Pero detrás de
esa pasión y esos alaridos hay algo mucho más fuerte: la muestra viva de una
fusión cultural extraordinaria
Los
bares repletos y la multitud alborotada frente a las pantallas gigantes,
siempre con una cerveza en la mano, son una señal de que los guerreros de
camiseta negra están en la cancha. El transporte público gratuito para llegar
al escenario donde juegan los All Blacks asegura que los turistas lo tengan
como una actividad obligatoria. Las ciudades anfitrionas se revolucionan y los
espectadores revientan los estadios.
El
momento más emocionante de la noche se vive antes de comenzar el partido,
cuando se ejecuta la obra que todos los espectadores quieren presenciar. El
público forma parte de una especie de ritual cuando los guerreros neozelandeses
se acercan a la mitad de la cancha. Un silencio aturde en el coloso y el
capitán dirige a sus soldados, que se encorvan y golpean los muslos y el pecho,
al ritmo de esta danza de guerra tribal que cantan a gritos. Los flashes de las
cámaras se multiplican en las tribunas mientras los jugadores entran en trance
al entonar el “¡Ka mate! ¡Ka mate! ¡Ka Ora! ¡Ka Ora!”.
La
danza maorí Haka es reconocida a lo largo y ancho del mundo por ser un ícono de
los All Blacks, equipo nacional de rugby de Nueva Zelanda. Creada en 1810 por
el jefe de la tribu Ngati Toa, el Ka Mate es una demostración de orgullo,
fuerza y unidad. Utilizada por los guerreros maoríes cuando se enfrentaban al
enemigo, con el fin de intimidarlos, hoy recorre el planeta a través de la
selección número uno del International Rugby Board. Este deporte es como una
religión en Nueva Zelanda, por todo lo que implica esta selección y también por
ser la principal herramienta de marketing del país.
Una pista de la identidad nacional
El conquistador elimina a los nativos, cambia los nombres de sus
ciudades, redistribuye sus tierras, establece una nueva imagen nacional, pone
fecha de “descubrimiento” y borra el pasado. Esa es la regla de las conquistas
del mundo. Y Nueva Zelanda es la excepción que la confirma.
El himno de Nueva Zelanda se canta en dos idiomas. El Haka
atraviesa los estratos sociales y los colores de piel. La sociedad es una sola
cuando la ovalada se pone a picar. Pero no se trata de un paréntesis en la
realidad del país, sino otra prueba de su gran inclusión social.
Google Maps parece hackeado. Hacer zoom en Nueva Zelanda resulta
confuso. El país de bandera azul con estrellas rojas, como la de Gran Bretaña y
de Australia, tiene ciudades con nombres que no pueden ser en inglés.
Whangarei, Tauranga y Whakatane no deberían convivir con Christchurch,
Wellington o Queenstown, pero parece que sí. El mapa del país más aislado del
mundo transmite su historia y su cultura ni bien se bosqueja un viaje por sus
tierras; es la prueba visible de una armonía social casi perfecta.
Esta doble influencia también se aprecia al aterrizar: las
azafatas de la aerolínea entregan los formularios migratorios y, además de en
inglés, están escritos en idioma maorí. A continuación, por todos lados se
escucha Haere Mai, que significa bienvenido en la (otra) lengua oficial de
Nueva Zelanda.
Sus islas son resultado de la fusión de una cultura
predominantemente británica y el legado de las tradiciones indígenas
ancestrales de la región. Olvidados durante un siglo, los maoríes recuperaron
ciertos derechos en las últimas cinco décadas y en la actualidad se encuentran
incorporados a la sociedad de forma plena.
Un hombre alto, robusto de piel color café con leche, pelo oscuro
y labios carnosos, atiende la biblioteca pública del centro de Auckland, la
ciudad más grande del país. Si el hecho de tener tatuajes fuera un obstáculo
para acceder a un puesto laboral en Nueva Zelanda, el número de desocupados
sería récord mundial. Pero en el país no importa la cantidad ni la ubicación;
el bibliotecario tiene muchos y sobresalen los del mentón y las mejillas.
Aotearoa, que significa “tierra de las grandes nubes blancas” en
maorí y es la denominación indígena de Nueva Zelanda, tiene pobladores nativos
de 56 tribus distintas entre sus 4,5 millones de habitantes. Si bien el censo
de 2013 determinó que los maoríes representan el 15% del total de
neozelandeses, la influencia de estos aborígenes es mucho mayor. La minoría más
grande del lugar tuvo un papel protagónico en la historia, juega un rol clave
en el presente y constituye un pilar de la identidad del país.
Un hueso duro de roer
Maorí quiere decir “originario del lugar” y su significado no es
en vano; la fuerza con la que estos indígenas defendieron su tierra contra los
pakeha (aquel que viene de fuera del lugar) es llamativa. Tanta tradición y
fuerza física llevaron a que los maoríes intentaran resistir la llegada de la
Marina Real Británica con toda su potencia. Y el lado invasor lo sintió. Además
de pelear y afectar al adversario con bajas considerables, intentaban negociar
acuerdos para finalizar la batalla. La colonización europea no fue sencilla y
esa es la principal razón por la que hoy conviven ambas civilizaciones, a
diferencia de las demás tribus indígenas de la región, como las del territorio
australiano, que son minorías completamente marginales y sus condiciones están
lejos de cambiar.
La llave de la actual convivencia entre el pueblo indígena maorí y
la población de origen europea fue el Tratado de Waitangi, firmado en 1840, en
el que representantes de la reina Victoria y 500 jefes nativos acordaron la
paz. El documento fundacional establecía que los británicos tendrían cierta
autoridad sobre el territorio y si bien se hablaba de convivencia, los
intereses europeos y los del pueblo local provocaron choques constantes. Se
estima que entre la represión y las guerras de las primeras cinco décadas, los
maoríes perdieron a la mitad de sus integrantes.
Las condiciones en las que se alcanzó el tratado fueron muy
polémicas. Durante décadas, a raíz de que los indígenas firmaron algo que no
sabían leer y que no significaba lo que les tradujeron, el pueblo maorí se
ubicó en una posición poco privilegiada: perdió sus tierras y se empobreció de
forma notoria. Sin embargo, a mediados del siglo XX la situación empezó a
cambiar.
La creación del Ministerio de Asuntos Maoríes en 1947 tuvo como
objetivo la corrección de las injusticias históricas que sufrieron los maoríes
y buscó integrar esta población al sistema de salud y de educación, para poder
acortar la brecha socioeconómica. En los años de 1960, además, el cambio en
materia de integración y reconocimiento de la cultura maorí pasó de las
declaraciones a los hechos y hubo modificaciones sustantivas en el desarrollo
político, económico y social de esta minoría neozelandesa.
El tribunal de Waitangi, creado en 1975, escuchó las protestas de
las tribus maoríes con respecto a sus tierras ancestrales, lo que dio comienzo
a un proceso revitalizador de la cultura e idioma maoríes que tuvo como punto
de inflexión la Ley de la Lengua Maorí (1987), que la establece como idioma
oficial junto al inglés. En la actualidad, existen planes de inserción y apoyo
a iniciativas productivas, principalmente en el turismo y la actividad
forestal. El gobierno entendió que lo bueno para los maoríes era bueno para
Nueva Zelanda.
Tradiciones vivas
Una ciudad de la isla norte de Nueva Zelanda llamada Rotorua es la
sede principal de la cultura maorí en estado vivo. Este poblado de 60 mil
habitantes (mayoritariamente maoríes) emana una vibra especial y contagia una
mística ancestral. No es extraño caminar por sus calles y ver erupciones de
agua y vapor como si salieran de la boca de un volcán. Un aroma particular a
azufre (bastante feo) inunda la zona y abundan las piscinas de lodo, baños de
aguas termales y los centros de reunión típicos de la tribu: todos decorados
con muñecos de ojos bien abiertos y lengua afuera (gesto de guerra utilizado
para intimidar al enemigo).
Rotorua
es considerada el centro de la cultura turística maorí y un tour por el pueblo
indígena muestra la diversidad de sus tradiciones. Al llegar, los guías saludan
a los extranjeros con el hongi, el equivalente a estrechar las manos en el
mundo occidental pero con una mayor cercanía corporal. Las personas se ponen
cara a cara, nariz con nariz, para mostrar afecto, amor y proximidad; la
tradición dice que así, respirando juntos, se consigue el ha (aliento de vida),
y se establece un nexo de unión. El tradicional saludo maorí es una costumbre
conocida en el mundo y las fotografías del rey de España junto a un indígena
kiwi (otra forma de denominar a los nativos de Nueva Zelanda, porque así se
llama su ave nacional) estuvieron presentes en las portadas de los principales
diarios europeos.
El paseo continúa y es hora de ver el hangi, comida cocinada en un
horno de tierra. Se trata de un método antiguo de cocción maorí, que implica
cocinar alimentos en pozos calientes, resultado de los vapores que ascienden
desde el suelo. Así se suelen preparar los platos de cerdo, pollo y papas que
los maoríes comen con tanta frecuencia. La principal virtud de este método es
que la comida nunca se pasa de cocción: si un alimento necesita tres horas y lo
dejan dos días, al sacarlo sigue en el punto exacto para servir.
El recorrido también incluye la visita a los marae, una especie de
templo y sala de reunión para los maoríes. En estos predios, pertenecientes a
una determinada tribu, se establece una comunidad que, si bien no vive
permanentemente allí, suele quedarse a dormir en ocasiones especiales. La sala
más sagrada es el wharenui, la cual arquitectónicamente representa un cuerpo
humano y está llena de tallados que referencian al pasado de la tribu. El arte
maorí además es un tesoro que evidencia sus habilidades técnicas.
Durante
el día, también hay muestras de baile y momentos para comprar suvenires pero
resulta inevitable que surja el tema de los tatuajes, muestra pictórica móvil
de la herencia y cultura de estos aborígenes. En el pasado significaban la
historia de cada persona pero en la actualidad están extendidos y los diseños
maoríes, en su mayoría de forma espiral, también se utilizan por motivos
estéticos. El moko era el tatuaje facial con el cual el maorí se distinguía y
referenciaba a su clan; los hombres maoríes se realizaban tatuajes en la cara,
los muslos y las nalgas, mientras que las mujeres los llevaban en los labios y
debajo de la boca hasta el mentón.
Nueva Zelanda se cuestiona el pasado y busca consolidar una
identidad propia, que se palpa en cada rincón del país. El legado maorí y sus
costumbres son parte de esta nación y cada día son más reconocidos.
En la
actualidad los maoríes mantienen sus reuniones a nivel de tribu para discutir
sus principales preocupaciones. Además tienen presencia en el Parlamento de
Nueva Zelanda. La voz política fue clave para regenerar su riqueza económica y
bienestar social. Hoy en día, el Partido Maorí forma parte de la coalición de
gobierno encabezada por el Partido Nacional, lo cual permite que las
comunidades influyan en las políticas del país.
Un
pabellón en cuestión
La
cultura neozelandesa sobrepasa el legado británico. La mezcla de tradiciones
tiene como resultado una identidad propia e incluso un deseo de mostrar las
diferencias con el pasado colonial. Tal es así, que el primer ministro kiwi,
John Key, realizará una consulta popular para cambiar la bandera del país.
El
actual pabellón es azul y tiene en su esquina superior izquierda la Unión Jack
(combinación de los símbolos de los santos patrones y actual bandera del Reino
Unido) y a la derecha la Cruz del Sur (estrellas rojas con bordes blancos). Si
bien la bandera de Australia (el hermano mayor) difiere por la cantidad y tipo
de estrellas, la confusión es frecuente y representa una de las principales
críticas que llevaron a esta votación.
El
primer referéndum tendrá lugar a fines de 2015 y decidirá entre tres o cuatro
diseños de bandera, que serán elegidos por un panel de expertos integrado por
legisladores de todos los partidos. El primer ministro ya se manifestó a favor
de la enseña negra con una hoja de helecho de color plata, presente en varios
símbolos nacionales pero mundialmente conocida por ser el emblema de los All
Blacks.
La
extraña promesa electoral de Key, quien argumenta que Nueva Zelanda ya no está
dominada por el Reino Unido, se completaría con una segunda consulta en abril
de 2016, cuando se decida a nivel popular por la propuesta nueva o la actual.
Más allá de lo que pueda ocurrir (las encuestas se muestran muy volátiles), el
hecho es significativo por sí mismo.
Nueva
Zelanda se cuestiona el pasado y busca consolidar una identidad propia, que se palpa
en cada rincón del país. El legado maorí y sus costumbres son parte de esta
nación y cada día son más reconocidos. Ambas tradiciones, la británica y la
aborigen, conservan sus raíces pero se han mezclado de tal manera que hoy
conforman una nueva raza. Las tribus indígenas han visto su papel limitado a
ser quienes habitan las tierras por primera vez y las explotan hasta que llega
una fuerza superior que los extermina o diezma al punto de dejarlos
imposibilitados de luchar. Los relegan a su condición de minoría que se queja.
Las reacciones ante estas protestas varían en cada caso pero casi siempre se
limitan a subsidios económicos con los que el gobierno “lava” sus culpas
colonizadoras. No son muchos los casos en los que las tribus indígenas tienen
una importancia cultural relevante. Pero los hay y les hacen bien a los países
que pasan ese límite. Nueva Zelanda es una prueba de ello.